LAS DOS BUENAS HERMANAS
La Licencia y la Muerte son dos gentiles rameras,
Pródigas de besos y ricas en salud,
Cuyo vientre siempre virgen y cubierto de andrajos
En la incesante labor jamás ha procreado.
Pródigas de besos y ricas en salud,
Cuyo vientre siempre virgen y cubierto de andrajos
En la incesante labor jamás ha procreado.
Al poeta siniestro, enemigo de las familias,
Favorito del infierno, cortesano mal rentado,
Tumbas y lupanares muestran bajo sus atractivos
Un lecho que el remordimiento jamás ha frecuentado
Favorito del infierno, cortesano mal rentado,
Tumbas y lupanares muestran bajo sus atractivos
Un lecho que el remordimiento jamás ha frecuentado
Y la tumba y la alcoba, en blasfemias fecundas
Nos ofrendan, vez a vez, como dos buenas hermanas,
Terribles placeres y horrendas dulzuras.
¿Cuándo quieres enterrarme, Licencia, la de los
brazos inmundos?
¡Oh, Muerte!
¿Cuándo vendrás, su rival en atractivos,
Para mezclar sus mirtos infectos con tus negros cipreses?
Para mezclar sus mirtos infectos con tus negros cipreses?
LA FUENTE DE SANGRE
Me parece a veces que mi sangre corre a raudales,
Cual una fuente con rítmicos sollozos.
La escucho bien que corre con un prolongado murmullo,
Pero, me palpo en vano para encontrar la herida.
Cual una fuente con rítmicos sollozos.
La escucho bien que corre con un prolongado murmullo,
Pero, me palpo en vano para encontrar la herida.
A través de la ciudad, como en un campo cercado,
Se marcha, transformando los adoquines en islotes,
Saciando la sed de cada criatura,
Y en todas partes colorando de rojo la natura.
Se marcha, transformando los adoquines en islotes,
Saciando la sed de cada criatura,
Y en todas partes colorando de rojo la natura.
He implorado frecuentemente a los vinos capitosos
Adormecieran sólo un día el terror que me consume;
¡Qué el vino hace ver más claro y afina más el oído!
Adormecieran sólo un día el terror que me consume;
¡Qué el vino hace ver más claro y afina más el oído!
He buscado en el amor un sueño olvidadizo;
Mas el amor no es para mí sino un colchón de agujas
¡Hecho para dar de beber a esas crueles mujeres!
ALEGORÍA
Es una mujer hermosa y de rica prestancia,
Que deja en el vino arrastrar su cabellera.
Las zarpas del amor, los venenos del garito,
Todo se desliza y embota en el granito de su piel.
Que deja en el vino arrastrar su cabellera.
Las zarpas del amor, los venenos del garito,
Todo se desliza y embota en el granito de su piel.
Ella se ríe de la Muerte y burla del Libertinaje,
Esos monstruos cuya mano, que siempre araña y rasga,
En sus juegos dañinos y, sin embargo, respetada
De su cuerpo firme y erecto la ruda majestad.
Camina como diosa y reposa cual sultana;
Pone en el placer la fe mahometana,
Y con sus brazos abiertos, que abarcan sus pechos,
Atrae las miradas de los seres humanos.
Ella cree, ella sabe, esta virgen infecunda,
Y, por consiguiente, necesaria para la marcha del
mundo,
Que la belleza del cuerpo es un sublime don
Que de toda infamia arranca el perdón.
Ignora el Infierno tanto como el Purgatorio,
Y cuando la hora llegue de entrar en la Noche negra,
Ella mirará el rostro de la Muerte,
Como a un recién nacido, —sin odio y sin
remordimiento.
LA BEATRIZ
En las tierras cenicientas, calcinadas, sin verdor,
Como yo me lamentara un día a la Natura,
Mientras mi pensamiento vagaba al azar,
Agucé lentamente sobre mi corazón el puñal,
Y vi en pleno mediodía descender sobre mi cabeza
La nube fúnebre y pesada de una tempestad,
Que llevaba un tropel de demonios viciosos,
Parecidos a enanos crueles y curiosos.
A considerarme fríamente se pusieron
Y, como viandantes sobre un loco que admiran,
Los escuché reír y cuchichear entre ellos,
Cambiando muchas señas y guiñadas.
Como yo me lamentara un día a la Natura,
Mientras mi pensamiento vagaba al azar,
Agucé lentamente sobre mi corazón el puñal,
Y vi en pleno mediodía descender sobre mi cabeza
La nube fúnebre y pesada de una tempestad,
Que llevaba un tropel de demonios viciosos,
Parecidos a enanos crueles y curiosos.
A considerarme fríamente se pusieron
Y, como viandantes sobre un loco que admiran,
Los escuché reír y cuchichear entre ellos,
Cambiando muchas señas y guiñadas.
—"Contemplemos complacidos esta caricatura
Y esta sombra de Hamlet imitando su postura,
La mirada indecisa y los cabellos al viento.
Y esta sombra de Hamlet imitando su postura,
La mirada indecisa y los cabellos al viento.
¿No inspira gran piedad ver a este buen compañero,
Este vagabundo, este histrión vacante, este bribón,
Porque sabe desempeñar artísticamente su rol,
Empeñarse en atraer con la canción de sus dolores
Las águilas, los grillos, los arroyos y las flores,
Y hasta a nosotros, autores de estos viejos papeles,
Recitarnos aullando sus tiradas públicas?"
Este vagabundo, este histrión vacante, este bribón,
Porque sabe desempeñar artísticamente su rol,
Empeñarse en atraer con la canción de sus dolores
Las águilas, los grillos, los arroyos y las flores,
Y hasta a nosotros, autores de estos viejos papeles,
Recitarnos aullando sus tiradas públicas?"
Habría podido (mi orgullo alto cual los montes
Domina la nube y el grito de los demonios)
Desviar simplemente mi testa soberana,
Si no hubiera visto entre su tropel, obscena,
¡Crimen que no hizo vacilar al sol!
La reina de mi corazón, la de mirada incomparable,
Que se reía con ellos de mi sombría angustia
Y les hacía, a veces, alguna sucia caricia.
UN VIAJE A CITEREA
Mi corazón, como un pájaro, voltigeaba gozoso
Y planeaba libremente alrededor de las jarcias;
El navío rolaba bajo un cielo sin nubes,
Cual un ángel embriagado de un sol radiante.
Y planeaba libremente alrededor de las jarcias;
El navío rolaba bajo un cielo sin nubes,
Cual un ángel embriagado de un sol radiante.
¿Qué isla es ésta, triste y negra? —Es Citerea,
Nos dicen, país celebrado en las canciones,
El dorado banal de todos los galanes en el pasado.
Mirad, después de todo, no es sino un pobre erial.
Nos dicen, país celebrado en las canciones,
El dorado banal de todos los galanes en el pasado.
Mirad, después de todo, no es sino un pobre erial.
—¡Isla de los dulces secretos y de los regocijos del
corazón!
De la antigua Venus, soberbio fantasma
Sobre tus aguas ciérnese un como aroma,
Que satura los espíritus de amor y languidez.
De la antigua Venus, soberbio fantasma
Sobre tus aguas ciérnese un como aroma,
Que satura los espíritus de amor y languidez.
Bella isla de los mirtos verdes, plena de flores
abiertas,
Venerada eternamente por toda nación,
Donde los suspiros de los corazones en adoración
Envuelven como incienso sobre un rosedal
Venerada eternamente por toda nación,
Donde los suspiros de los corazones en adoración
Envuelven como incienso sobre un rosedal
Donde el arrullo eterno de una torcaz
-Citerea no era sino un lugar de los más áridos,
Un desierto rocoso turbado por gritos agrios.
¡Yo, empero, vislumbraba un objeto singular!
-Citerea no era sino un lugar de los más áridos,
Un desierto rocoso turbado por gritos agrios.
¡Yo, empero, vislumbraba un objeto singular!
No era aquello un templo sobre las umbrías laderas,
Al cual la joven sacerdotisa, enamorada de las flores,
Acudía, encendido el cuerpo por secretos ardores,
Entreabriendo su túnica las brisas pasajeras;
Al cual la joven sacerdotisa, enamorada de las flores,
Acudía, encendido el cuerpo por secretos ardores,
Entreabriendo su túnica las brisas pasajeras;
Pero, he aquí que rozando la costa, más de cerca
Para turbar los pájaros con nuestras velas blancas,
Vimos que era una horca de tres ramas,
Destacándose negra sobre el cielo, como un ciprés.
Para turbar los pájaros con nuestras velas blancas,
Vimos que era una horca de tres ramas,
Destacándose negra sobre el cielo, como un ciprés.
Feroces pájaros posados sobre su cebo
Destruían con saña un ahorcado ya maduro,
Cada uno hundiendo, cual instrumento, su pico impuro
En todos los rincones sangrientos de aquella
carroña;
Los ojos eran dos agujeros, y del vientre desfondado
Los intestinos pesados caíanle sobre los muslos,
Y sus verdugos, ahítos de horribles delicias,
A picotazos lo habían absolutamente castrado.
Los intestinos pesados caíanle sobre los muslos,
Y sus verdugos, ahítos de horribles delicias,
A picotazos lo habían absolutamente castrado.
Bajo los pies, un tropel de celosos cuadrúpedos,
El hocico levantado, husmeaban y rondaban;
Una bestia más grande en medio se agitaba
Como un verdugo rodeado de ayudantes.
El hocico levantado, husmeaban y rondaban;
Una bestia más grande en medio se agitaba
Como un verdugo rodeado de ayudantes.
Habitante de Citerea, hijo de un cielo tan bello,
Silenciosamente tu soportabas estos insultos
En expiación de tus infames cultos
Y de los pecados que te ha vedado el sepulcro.
Silenciosamente tu soportabas estos insultos
En expiación de tus infames cultos
Y de los pecados que te ha vedado el sepulcro.
Ridículo colgado, ¡tus dolores son los míos!
Sentí, ante el aspecto de tus miembros flotantes,
Como una náusea, subir hasta mis dientes,
El caudal de hiel de mis dolores pasados;
Sentí, ante el aspecto de tus miembros flotantes,
Como una náusea, subir hasta mis dientes,
El caudal de hiel de mis dolores pasados;
Ante ti, pobre diablo, inolvidable,
He sentido todos los picos y todas las quijadas
De los cuervos lancinantes y de las panteras negras
Que, en su tiempo, tanto gustaron de triturar mi
carne.
—El cielo estaba encantador, la mar serena;
Para mí todo era negro y sangriento desde entonces.
¡Ah! y tenía, como en un sudario espeso,
El corazón amortajado en esta alegoría.
En tu isla, ¡oh, Venus! no he hallado erguido
Mas que un patíbulo simbólico del cual pendía mi
imagen...
—¡Ah! ¡Señor! ¡Concédeme la fuerza y el coraje
De contemplar mi corazón y mi cuerpo sin
repugnancia!
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