viernes, 23 de octubre de 2015

Economía Marxista: Producto Excedente y Plusvalía.

Economía Marxista: Producto Excedente y Plusvalía.
                           Parte I

LA  TEORIA DEL VALOR Y DE LA PLUSVALIA.

Todos los progresos de la civilización están determinados, en el último análisis, por el aumento d la productividad del trabajo. Mientras la producción de un grupo humano es apenas suficiente para mantener en vida a los productores, mientras esa producción necesaria no deja  ningún excedente, es imposible la división del trabajo, la aparición de artesanos, de artistas o de sabios. Con mayor razón, es también imposible desarrollar las técnicas que requieren esas especializaciones.
El Producto social excedente.
En tanto que la productividad del trabajo es tan baja que el producto del trabajo de un hombre solo alcanza a cubrir su propia manutención, no se registra tampoco una división social, no hay diferenciación en el interior de la sociedad. En tal caso, todos los hombres son productores, todos se encuentran en el mismo nivel de indigencia.
Todo incremento de la productividad del trabajo, por encima de ese bajísimo nivel, crea la posibilidad de un pequeño exceso de producción, desde el momento que un hombre produce más de lo necesario  para su propio mantenimiento, puede aparecer la posibilidad de lucha por el reparto de ese exceso de producción.
A partir de ese momento, la totalidad del  trabajo de una colectividad no esta destinada exclusivamente a la manutención de los productores. Con una parte de ese trabajo es posible liberar a un sector de la sociedad de la necesidad de trabajar para subsistir.
Cuando esa posibilidad se hace real, una parte de la sociedad puede constituirse es clase dominante, caracterizándose especialmente por el  hecho de que se ha emancipado de la necesidad de trabajar para atender a su propia manutención.
A partir de entonces, el trabajo de los  productores se descompone en dos partes. Una parte de ese trabajo sigue efectuándose para proveer a la subsistencia de los productores; la llamamos Trabajo necesario. Otra parte de ese trabajo sirve al mantenimiento de la clase  dominante; la denominamos: Trabajo excedente.
Tomemos un ejemplo claro, el de la esclavitud en las plantaciones, tanto en el caso de ciertas regiones y ciertas épocas del Imperio Romano, cuanto en el de las grandes plantaciones de las Indias Occidentales o de las islas africanas por tuguesas, a partir del siglo XVII. En general en todas las regiones tropicales el amo ni siquiera le ofrece al esclavo la alimentación; este debe obtenerla por su cuenta, trabajando los domingos un pequeño terreno cuya producción le está reservada para alimentarse. Seis días por semana el esclavo trabaja en la plantación; ese trabajo cuyos productos no le pertenecen, rinde entonces un producto social excedente que los esclavos abandonan en cuanto lo han producido, pues pertenecen exclusivamente a sus amos.
La semana de trabajo, que en este caso es de 7 días, se descompone por tanto en dos partes: el trabajo de un día, el domingo, es trabajo necesario, es un trabajo con el cual el esclavo crea los productos necesarios para su mantenimiento para que él y su familia puedan subsistir; el trabajo de los otros seis días es trabajo excedente, es un trabajo cuyos productos pertenecen exclusivamente a los amos y sirven para mantenerlos, para atender su sustento y también para enriquecerlos.
Otro ejemplo es el de los grandes dominios de la alta Edad Media. Las tierras de estos dominios  se dividen en tres partes: las tierras comunales, que siguen siendo propiedad colectiva, es decir los bosques, prados, pantanos, etc.; las tierras que el siervo trabaja para atender a su subsistencia y a la de su familia; y finalmente las tierras que aquel trabaja para mantener al señor feudal. En general, la semana de trabajo es aquí trabajo de seis días por semana el siervo trabaja la tierra cuyos productos le pertenecerán, y tres días trabajan, sin recibir ninguna remuneración, la tierra del señor feudal. Proporciona trabajo gratuito para la clase dominante.
Podemos designar con términos diferente a los productos de estas dos clases muy diferentes de trabajo. Cuando el productor se dedica al trabajo necesario, produce se dedica al trabajo necesario, produce el producto necesario. Cuando realiza trabajo excedente producto el producto social excedente.
El producto social excedente es por tanto aquella parte de la producción, producida por la clase de los productores, pero de la que se aprovecha la clase dominante bajo cualquier forma que sea, ya bajo la forma de productos naturales, o de mercancías destinadas a la venta, o de dinero.
La plusvalía no es otra cosa que la forma monetaria del producto social excedente. Cuando la clase dominante se apropia de la parte de la producción social que hemos denominado “producto excedente” exclusivamente en forma de dinero, no se habla ya de “producto excedente”, sino de “plusvalía”.
Esta no es más que una primera aproximación a la definición de la Plusvalía que daremos luego.
¿Cuál es el origen del producto social excedente ? Este aparece como resultado de la apropiación gratuita –que no es acompañada por ninguna contraparte de valor – de una parte de la producción de la clase productora por la clase dominante.
Cuando el esclavo trabaja de dos días por semana en la plantación del amo y éste acapara todo el producto de ese trabajo sin dar en cambio ninguna remuneración, el origen de ese producto social excedente es el trabajo gratuito, el trabajo no remunerado que efectúa el esclavo en beneficio de su amo. Cuando el siervo  trabaja tres días por semana la tierra del señor, el origen de esa renta, de ese producto social excedente, es también el trabajo no remunerado, el trabajo gratuito que proporciona el siervo.

Veremos a continuación que el origen de la plusvalía capitalista es decir, de los ingresos  de clase burguesa en la sociedad capitalista, es  exactamente el mismo: es el trabajo –no remunerado, el trabajo gratuito, el trabajo proporcionad sin recibir nada en cambio, otro valor – del proletariado, del asalariado, al capitalista.

jueves, 8 de octubre de 2015

Violencia contra la mujer, Diario .de una mujer maltratada.

Los 400 golpes

Toda mujer ama a un fascista,                          Ocho días (y sus noches) en el diario
la bota negra en la cara,                                 
de una mujer que duerme con el
el bruto corazón bruto de un                          
enemigo.
bruto como tú

SILVIA PLATH

Lunes 18 de marzo

Martin toco mi puerta a las 6 a.m y con una voz quebrada y trémula me rogó dormir en mi sofá un par de horas y luego irse. Hacia frio de miércoles, no quise negarme  y entró. Cuando despertó, conversamos largos y tendido. Lo he perdonado. Algo me dice que realmente ha cambiado. Ya no es el hombre violento de antes. Se ha vuelta recontra servicial y compresivo. ¿Ingenua yo? Sólo el tiempo lo dirá. En la noche, me invito al cine a ver Sensatez y sentimientos.
Miércoles 3 de abril.

El viernes pasado en una reunión de trabajo me quede hasta la 1 a.m . Cuando llegue a casa, él me esperaba con la comida tapada (hecha por él. Me recrimino débilmente por la tardanza pero entendió. Se está portando muy bien conmigo. Tolerante y paternal. Realmente las personas pueden cambiar si es que quieren. Quizá podamos construir (ahora sí) algo juntos. Hoy vimos el eclipse de luna.
Sábado 13 de abril.

En la tarde fui con mi hija al santo de su primito. Alicia se quedo a dormir con sus tíos. Cuando llegue a casa, Martín puso el grito en el cielo. Vociferaba que como era posible que le hubiera dado permiso a la niña sin su consentimiento. Le respondí que no era para tanto pero estaba fuera  de sí. Inexplicablemente comenzó a insultarme. Yo no podía creer lo que estaba pasando. ¿Acaso sus bajos instintos había despertado de su letargo?
Sábado 4 de mayo.

En la tarde fui con mi hija donde mi amiga Lucy.  Al regresar ocurrió una pesadilla. Martin me preguntó donde había estado. Empezó a gritar que yo le estaba sacando la vuelta y que Alicia era mi alcahuete. Al comienzo me reía de sus sandeces, pero cuando me tiró un manotón en la cabeza entendí que la historia se repetía. Entonces traté de aquietar a la fiera reaccionando pasivamente. Me acordé que Sun Tzu en el Arte de la guerra aconseja: “Es de capital importancia en las operaciones militares, fingir que uno se acomoda a los designios del enemigo.” Pero esa madrugada ni los estrategas chinos pudieron salvarme. La película Durmiendo con el enemigo se quedo chica. Mientras trataba de conciliar el sueño, Martín comenzó a susurrarme en el oído “perra…perra”. Traté de no hacerle caso. Así estuvo n buen rato, profiriendo entre dientes las laceraciones verbales más sucias del bajo mundo hasta que impasividad lo saco de quicio y en medio de la noche sentí el impacto de  un puñete en la cara y después otro y otro. Como para que haya dudas. Luego comenzó a zarandearme de los pelos una y otra vez, como un trapo, hasta que se cansó y se largó a la calle. Yo seguía muda. Incluso en los peores momentos d los golpes, le rogaba que bajara la voz por temor al que dirán de los vecinos. La única testigo de esta degradación fue mi hija que en silencio lo observo todo. Sorbiendo mis mocos y mis lágrimas me quede dormida.
Lunes  5  de mayo.

Fui a la Comisaria de mujeres a sentar mi denuncia. Martin se las olía. Yo lo engañe, diciéndoles que iba al banco a cobrar (ese es el único sitio al que me deja ir sin peros). Me acompaño y cuando se percato en realdad a donde me dirigía ya no podía hacer nada porque había veinte mil policías por todos lados. Entro como un gatillo a la comisaria dispuesto a hacerme quedar mal, escándalo de padre y señor mío, al punto que la despidieron, y desde entonces, lugar en donde trabaja, lugar donde la botan por culpa de los celos de su marido (en realidad quieres mantenerla económicamente dependiente). Caso  como el de ella hay montones allí. Todas  cuentan su triste historia a la maquinas d escribir de las oficiales  de turno . En esos laberintos infierno-policiales, mucha, detrás de sus lentes oscuros, no puede ocultar su vergüenza de clase media decente. Después de pasar con el médico legista volví a mi casa estrenando mi nuevo look de mujer legalmente rota. Martin me esperaba hecho una sedita y lo único que atino a decir fue: “Si te celo es porque te quiero”.
Jueves 6 de junio.

Cuando regresé de dictar mi clase Martín me salió con una nueva idiotez. Me olio de pies a cabeza y mirándome con cara de loco me clavo  esta frase: “Hueles a pene”. Me quedé de una sola pieza pero le conteste: “Desgraciadamente el único pene que he visto es el tuyo, así que déjate  de tonterías, imbécil”. Para variar terminamos peleando y encima me obligo a hacer el amor. Yo me puse dura como una piedra, pero eso a él no le intereso.
Jueves 4 de julio.

¡Viva la independencia! Hoy lo boté de la casa. No podía lo podía creer. Yo regresaba de la casa. No podía creer. Yo regresaba tranquila de mi trabajo cuando me vino otra vez en sus paranoias. Luego de jugar un pin pon verbal bélico, intento ponerme la mano, y entonces agarro una espumadera y me defiendo, a lo loco. Dice Sun Tzu: Lanzáos sobre el enemigo con la misma energía con que lo hace un halcón con su presa. Pego gritos, viene la policía y él se hace la víctima. Se lo llevan para conversar de hombre a hombre. En el trayecto cambio la chapa. Cuando regresa trata de romperme la puerta, pero vuelvo a gritar, vuelve la policía. Fue un chongo pero finalmente se hizo justicia.
Viernes 12 julio.

Me siento mal. Un enorme vacío en el alma. El único sonido que escucho es el de mi corazón. He engordado. El desamor engorda. Emocionalmente me muero de hambre. Martin no es un hombre, es una droga. Yo pensaba que todo seria maravilla siendo libre, pero, oh ironía, no sé qué hacer con mi libertad. Realmente tengo mentalidad de sirvienta. No concibo mi existencia sin Martin. Realmente una mujer no es nada hasta que alguien la quieres.  ¿Es que ya no me acuerdo de los golpes? ¿Que hago, lo perdono y vuelvo a repartirlo todo otra vez irremediablemente?
Fuente: Revista  Somos